... estaría tiñoso perdido!:
Sobre todo existiendo gente en este mundo como ANGUS McBEAN, un galés especializado en hacer fotos a todos esos actorcillos que entre Oscar y Oscar se tomaban un relajo encima de las tablas de algún teatro londinense. Así, realizó retratos de mediocres como Katharine Hepburn, Noel Coward, Ivor Novello, Agatha Christie, Lawrence Olivier, John Gielgud o Vivien Leigh, a los cuales dotaba de cierto aire surrealista.
Suya es la portada del Please, please me de Los Beatles, y era el fotógrafo oficial de todas las producciones que se realizaban en el Old Vic o el Royal Opera House, entre otros. Y aprovechando que esto va de traperío decir que era fotógrafo habitual de la revista Tatler, que es esa publicación británica un tanto rancia a día de hoy pero que en sus inicios gozó de cierta importancia.
Nada mal para alguien que se compró su primera cámara malvendiendo el reloj de oro que su abuelo le dejo en herencia. Anne St. Germain estaría orgullosa...
A mi me flipa. Me flipa ver a Cecil Beaton travestido de mujer (y dando el pego), a Vivien haciendo de la loca del Mulder de la Dubois y poniéndosele el horcate como aguachirri cada vez que la bestia parda de Stanley Kowalski, con esa brutalidad tan sexual y misógina como atormentada, aparece por la puerta para darle con todo lo gordo a la sufrida Stella; a Audrey entre columnas griegas, a la Callas de rubia o esas editoriales de moda que adivino antológicas.
Murió el día de su cumpleaños allá por 1990, que igual que a algunos en nuestro aniversario nos regalaban el Quimicefa a él le trajeron un infartazo de padre y muy Yves mío. Una maravilla todo:
VIVA MI CECIL!. Esto es ser moderna y con los cojones bien puestos en su sitio, que ahora te vistes de hembra y como mucho tienes a un par de borrachos, aguja en ristre, intentando explotarte los globos que a modo de glándulas mamarias has estado toda la mañana hinchando amorosamente, pero antes (a no ser que fueses Alec Guinness) era cosa seria echarle tanto arrojo a la vida:
Otro que me da una envidia por culpa de su talento que me pedo vivo es DAVID HAMILTON.
Siempre me ha gustado la revista Playboy. Aquel que no esté ducho en tal publicación me estará ahora imaginando como una especie de pajillero que se pirra por las tetas neumáticas y cuyo ideal de belleza femenina es una especie de Pamela Anderson con los pezones del tamaño de las estrías de Anna Nicole Smith... nada más lejos que Cuenca.
Y es que Playboy, aparte de editoriales de lozanas zagalas que son cubiertas por el granjero Montgomery en un pajar de Oklahoma, es una revista con unos reportajes increíbles que incluso en su tiempo fue maravillosa, pues tenía en su plantilla a algunos de los mejores fotógrafos e ilustradores de la época. Época en la que la silicona era una absoluta desconocida y en la que las aficionadas al Farandol, la camomila y toda sustancia que hiciese que su cabellera fuese digna de una Valkiria, nos enseñaban sus encantos entre trigales o varas de heno mientras las penetraba (...) una especie de luz irreal que dotaba a dichas fotos de un aspecto onírico que quitaba el sentido.
Bueno, pues Davicinchi era uno de sus mayores exponentes, un inglesito cuyo estilo estaba basado en preadolescentes semidesnudas, bañadas en suaves luces y toneladas de grano grueso.
Este estilo ha acabado por llamarse Estilo Hamiltaniano y en la actualidad cualquier moderno que se precie y que se pirra por ver las pelotas despreocupadas de los modelis que pueblan la obra de Ryan McGinley (por otra parte maravillosa) usa a la mínima de cambio y sin ningún pudor. De esos, que por dar un click a la aplicación de Instagram, se piensan que esa mierda de foto que le acaban de hacer a sus All-Star se convierte por arte de magia en una instantánea cojonuda...
Todo lo que huela a Lomo o a Polaroid, a espigas, a foto quemada y languidez, al genial Francis Lai o (en su defecto) al inefable Richard Clayderman, le gusta más a un moderniki que a mi Goldie una inyección de Botox.
Y es que aquel que se sienta innovador por poner a una rubiaca en pelota picada a correr en modo etéreo por un bosque mientras el sol traspasa la arboleda, que sepa desde ya que eso es más viejo que el cagar sentado.
Sin embargo nadie ha vuelto a hacer lo que hizo Davicinchi en su día. Una especie de Sorolla del clickeo que se pasaba la corrección política, esa que tanto daño hace en nuestro días, por el Ohio y al que hoy se le acusaría de pederastia en cualquier tribunal que presumiese de bienpensante. Y es que a ver quien es el chulito que se atreve a retratar a niñitas de coño lampiño con la que nos está cayendo...
Sea como fuere. Ahí nos queda su obra. Arte en estado puro del que muchas veces hicieron acopio publicaciones como VOGUE o Elle:
Afortunada la Poly, única top que ha sido retratada por el ojo de Hamilton en los últimos años.
Afortunada ella y afortunados nosotros, pa que nos vamos a andar con pijadas:
Hace poco más de una década, Sofea Coppola (después de las hostias recibidas por su interpretación de la hija de Michael Corleone en la tercera parte de la trilogía de El Padrino) decidió que a lo que realmente quería dedicar su tiempo libre era a ponerse detrás de las cámaras y contar la historia real de las cinco hermosas hermanas Lisbon, aquellas que ponían palote a la chavalería de su barrio ante la estricta mirada ultra-católica de sus padres. Hamilton sería su referencia estética principal.
La Coppola, antes de creerse talentosa, venció y deslumbró con un peliculón que no sabía de su ego y su exceso de pretensiones artísticas actuales y que a día de hoy se ha convertido en película de cabecera de toda aquella muchachita que quiera ir de sufridora con intereses intelectuales por la vida, aunque no haya leído más allá de un Superhumor en su miserable vida.
- "¿Qué haces cariño? Ni siquiera tienes edad para saber que tan dura es la vida".
- "Obviamente doctor, usted nunca ha sido una niña de trece años".
Amén. Que diría Kathleen Turner.
Y que Yves maldiga a Trip Fontaine!. Una persona que escribe tu nombre en sus bragas jamás debería ser tratada con desprecio!:
Lo único que se le olvidó decir a Sofea es que con Las vírgenes suicidas había hecho una especie de remake inconfeso y actualizado del Picnic en Hanging Rock de Peter Weir que esta ya, más que un peliculón, me parece una obra maestra incontestable del esteticismo, la belleza de la vida contemplativa y los riesgos que supone el irse de excursión al monte con las coleguis. Una experiencia sensorial que por contar te cuenta hasta los pormenores de un sabor y que traspasa lo virginal dejando las enaguas al descubierto, pues las piernas quieren respirar para salir de farra y las medias se deslizan rozando las rodillas de forman chulesca al desnudarlas, haciendo que desaparezcan los corsés, mientras los relojes se detienen a las doce del mediodía.
Todo quema y el mundo se desmonta mientras un grupo de rubias deidades se descalzan. Sobran lazos y leyes imperiales, sobra retórica e indecisión.
Diecisiete. ¿Quién no los ha tenido?.
Serpientes y lagartos, reuníos para el banquete, porque la bella Miranda está entre nosotros y hoy es San Valentín.
Como escarpias se me ponen cada vez que veo esta peli.
Y ya mejor cierro el grifo porque me vienen a la memoria cosas como El seductor de Don Siegel, Historia de O, Emannuelle, los anuncios de Timotei o la horrorosa, aburrida y felpudista Bilitis (dirigida por el propio Hamilton) para darnos cuenta de la importancia estilística de este hombre en el campo audiovisual y, me pueden dar las uvas.
Esas uvas que nutrían los labios de tan cándidas putillas como si de la Roma de Nerón se tratase.
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